viernes, 13 de julio de 2012

Niños Sandinistas

Edicion para primer grado 'Los Carlitos' 1988
El pasado 7 de Julio, día en que se celebró un aniversario más del famoso ‘Repligue’, vi a 2 niños a orillas de la carretera cargando una bandera plástica del FSLN amarrada a una rama seca y delgada. Ninguno de los 2 pasaba de los 10 años y ambos lucían sonrientes y saludables. Quiero aclarar que no pertenezco -ni quiero pertenecer- al partido sandinista ni a ningún otro. Sin embargo, al ver a estas criaturas recordé mi niñez sandinista. Sí… eso mismo, yo fui niño sandinista como Toño, Delia y Rodolfo los niños que aparecen en la edición para primer grado del libro de lectura ‘Los Carlitos’. 

Tenía unos 6 años y la capacidad de análisis poco desarrollada. No argumentaba, no cuestionaba, no entendía de revolución, de sandinismo, de dictadura, de política. Al igual que muchos niños de la época yo también era manipulado por adultos –familiares, vecinos, maestros, gobierno- para ser un niño sandinista aunque no tenía conciencia de eso. En lo particular cumplía íntegramente los requisitos establecidos en ‘Los Carlitos’: 
  
  1. Usaba un pañuelo rojinegro que una tía me amarraba al cuello para salir a jugar con los vecinos. No entendía –sigo sin entenderlo- el propósito del pañuelo pero lo lucía orgulloso como si fuese una prenda de renombrada marca. 
  2. Participaba en cuanta actividad política me llevaran, lo cual no era nada complicado a mi edad porque iba con mi primo y amigos del barrio y simplemente nos divertíamos sin tener una idea clara del contenido de las actividades. 
  3. Era un niño muy estudioso. En la escuela nos metían el cuento que los niños éramos los mimados de la revolución y que teníamos que estudiar mucho para servirle al proyecto revolucionario, lo cual al parecer me lo tomaba muy en serio. 
Además de cumplir con estos requisitos básicos mi entorno estaba fuertemente marcado por la situación sociopolítica de la época. 

En mi casa leía ‘Los Cachorritos’ –el suplemento infantil de ‘Barricada’- y miraba ‘El Chocoyito Chimbaron’ en el canal estatal. Escuchaba los cuentos de ‘Tío Coyote y Tío Conejo’ y jugaba a la guerra con un pelotón de soldaditos de plástico que me habían regalado en un cumpleaños. 

En la escuela cantaba el himno sandinista, sumaba con granadas, restaba con fusiles, comía ‘masa de cazuela’ en las actividades extracurriculares y cargaba mi pupitre de mi casa a la escuela todos los días –siete cuadras- para evitar que los estudiantes del turno de la tarde lo quebraran o se lo robaran. 

No reprocho mis años de niñez sandinista, realmente fueron pocos y me divertí. Comprendo que había un éxtasis colectivo en la gente que tenía la esperanza que el gobierno ‘revolucionario’ mejoraría la situación del país y en base a esto los mayores inculcaban el amor a la camiseta rojinegra a los más chicos. Era como un legado familiar, un orgullo ver a los pequeños de la familia recitando consignas. También era una obligación académica de los maestros resaltar e inculcar los principios revolucionarios –adaptados a su forma de entenderlos-.

Sin embargo, estoy totalmente convencido que no es correcto moldear intencionalmente las preferencias de los niños a conveniencia de los adultos. Ningún tipo de fanatismo e ideología deben ser impuestos a los niños, ninguno es justificable. Los niños deben ser educados para decidir por sí mismos, para aprender a elegir entre diferentes opciones, para ser autónomos e independientes. No se les debe imponer un pañuelo, un color, una cruz, una consigna, una idea.

Ojala que esos 2 niños que vi en la carretera tengan la oportunidad en el futuro de tomar sus propias decisiones sin dejarse llevar por fanatismos ajenos. Ojala sus padres y maestros no los manipulen a su beneficio. Ojala sean capaces de analizar, de argumentar, de cuestionar y elegir lo que crean conveniente. Ojala sigan luciendo sonrientes y saludables, disfrutando su niñez y preparándose para su futuro.    


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