sábado, 23 de enero de 2016

Fútbol y yo

Nicaragua es un país beisbolero, con alguno que otro logro a nivel amateur y una docena de jugadores que han llegado a grandes ligas. Es común, incluso cultural, ver señores en las calles pegados al radio escuchando la narración de algún partido de la liga local o la MLB. La prensa está llena de cronistas beisboleros de la vieja guardia, y el gobierno y la empresa privada no dudan en apoyar masivamente este deporte.

Irónicamente, en las calles de mi infancia no existían bates ni manoplas. Los strikes y los hits nos eran indiferentes a pesar de estar rodeados de grandes ciudades beisboleras (Masaya, Granada, Rivas, Managua). En mi pueblo se veneraba al Dios del futbol, se le rendía culto en cada barrio, en cada esquina, en cada predio que prestara las condiciones para rodar un balón de futbol o en su defecto una pelota de plástico de las que repartían en las purísimas.

El gol era el pan nuestro de cada día, era la esencia de las tardes, la sensación de victoria, la recompensa a los “choyones”. Era nuestro orgasmo infantil, efímero en el momento, prolongado en el recuerdo. Era la vida misma. Tener un balón en aquellos tiempos en que Nicaragua se desangraba económicamente, era tener respeto, era poder decidir con quién jugar y con quién no, pero sobre todo era sinónimo de felicidad.

La pasión de aquella época ha madurado, se ha adaptado a los cambios en mi vida y ha dejado de ser mi centro de gravitación, pero se activa cada semana por un par de horas, cuando me toca vestirme de corto y pisar la cancha que ahora es artificial y con fines de lucro. Ya son tres décadas de amar este deporte, de practicarlo para entender la vida, porque al final de cuentas… “Cómo vas a saber lo que es la vida, si nunca, jamás, jugaste al futbol.”
Los Búfalos 1992 o 1993
El Calvario 2002
Drink Team 2014

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